Gran aventura en el Transiberiano, un viaje mítico sobre raíles
El Transiberiano es una proeza de ingeniería que alberga una historia de supervivencia. Ha soportado catástrofes naturales, guerras, revoluciones… Siempre bajo unas condiciones climatológicas extremas, pero manteniendo glamour. Cómo lo ha hecho es una de las primeras curiosidades a satisfacer y, en paralelo, qué ofrece su ruta al viajero: contrastes entre ciudades contemporáneas y pueblos que parecen haber quedado anclados en el tiempo y aún cuidan rebaños de yaks. Insólito e interesante al mismo tiempo.
Son los primeros datos que suscitan interés. A partir de aquí. Planeamos.
El primer reto práctico: decidir trayecto
¿Qué trayecto queremos hacer? Algo a tener claro. Y no es fácil. Todas las opciones de recorrido que ofrece el Transiberiano resultan altamente atractivas, tienen su qué. Este tren conecta la Rusia europea con el territorio ruso del Lejano Oriente, llegando al Océano Pacífico. Además, va a Mongolia, China y Corea del Norte. Cada destino supone una ruta y una experiencia distinta.
Sabemos que iremos a 69 km/h haciendo escala en distintas paradas y, por tanto, será un: sin prisa, pero sin pausa.
Nuestra primera elección: La ruta histórica del transiberiano: Moscú - Vladivostok
Con la ilusión de acabar haciéndolas todas algún día, elegimos la ruta Moscú - Vladivostok. Supone recorrer Rusia de punta a punta, desde el interior de este enorme país hasta el Pacífico (Oriente).
Pero no supondrá tan solo recorrer su geografía. Será también percibir su historia. Hacerlo en el mítico Transiberiano, la vía férrea más larga del mundo es estar dispuesto a descubrir inmensidades tan distintas como la grandeza del imperio ruso o Siberia; y a pasar de lo más inhóspito, lo más rudo o lo más monótono de la estepa y la taiga a lo más sorprendente o espectacular, como la gélida ribera del lago Baikal, la árida Siberia o el mercado del pescado de Irkutsk. Y es también reconocer la huella de los zares, ver los trazos de la revolución bolchevique, distinguiendo qué pertenece a cada época y porqué; mientras el entorno perfila evolución.
Durante el recorrido, es difícil no imaginar que estamos haciendo un travelling al cartero del zar, Miguel Strogoff, galopando en su caballo de Moscú a Irkutsk, como lo relató su autor Jules Verne y que casi podemos darle ánimos desde la ventanilla; o controlarnos porque no podemos evitar tararear el “Tema de Lara” de Dr. Zhivago, recreando mentalmente la revolución bolchevique narrada desde Hollywood hasta “en lugar, cerca del río aquél”, que nos cuenta la letra de la canción. O, de repente, tener un “dejà vu” que nos remite a alguno de los thrillers cuyo guion se inspiró en el trayecto que estamos haciendo a bordo de este tren.
Un proyecto apoteósico y superviviente
Moscú - Vladivostok es la primera línea que cubrió este tren. Se extendió desde los montes Urales, en la Rusia europea, a través de la desolada Siberia y de Manchuria, hasta Vladivostok.
Trazado, máquina y vagones se inauguraron el 21 de junio de 1904. Había tardado trece años en construirse y había sido toda una apoteosis. Zonas de difícil acceso, raíles difíciles de cimentar, desniveles incorregibles y un clima que complicaba la continuidad de la construcción.
Dicen que la construcción costó unos 300 millones de rublos, unos 6.000 millones de los euros actuales.
La consigna era el ahorro en tiempo y materiales. Las excavaciones se hacían a pico y pala; las traviesas se espaciaron más de lo usual en la época y el acero que se utilizaba para los raíles era muy, muy ligero. En muchos tramos, las traviesas se tendían directamente sobre la tierra. No se fijaban con ningún material. Todo para ahorrar.
Las condiciones geográficas que se iban encontrando paso a paso eran las que marcaban la necesidad de hacer planos a la vista del terreno.
Pero, precisamente por ello, significó conectar zonas inaccesibles sobre ruedas, y permitió el inicio del transporte de pasajeros y mercancías a lugares que quedaban totalmente aislados durante más de 6 meses al año. Antes de que existiera este tren, los ríos eran los principales medios de transporte. Durante los seis meses más fríos del año, la carga y los pasajeros viajaban en trineos tirados por caballos sobre los caminos, muchos de los cuales eran ríos helados.
A pesar del montón de vicisitudes que comportó la obra, cuentan que los críticos dijeron que, construyendo un tren de tercera clase, se había hecho un trabajo de primera.
El tren dio un nuevo modelo de vida a gran parte de territorio, sobre todo el siberiano. Y permitió, además, trabajar en pro de la voluntad de “rusificación” de la población dispersa en la inmensidad del territorio ruso, uno de los objetivos clave en la política surgida de la revolución. Muchos de los confines que se conectaron habían vivido aislados de la evolución del país.
Hoy, el Transiberiano, para el viajero, es también una muestra de esa evolución del país. Induce a la observación, la interpretación y el análisis.
Escenas, instantes, miradas, parajes, pueblos y ciudades de recuerdo universal
Desde Moscú a Vladivostok, el tiempo de recorrido es de unas 143 horas, unos 7 días y seis noches.
Tantas horas de mirada a través de la ventanilla, acumulan un sinfín de espléndidas imágenes en la retina. Parece imposible decidir cuál es la mejor. Sin embargo, hay imágenes sobre cuya belleza o singularidad existe un consenso casi universal. Lo que podríamos denominar los básicos.
Moscú. Empezamos en la capital de Rusia
Un buen inicio porque Moscú bien vale unos cuantos paseos y ejercicios de asociación con tantas y tantas escenas mostradas en los informativos de televisión. Cada uno puede vincular lo que ve con algún recuerdo. En todo caso, las posibilidades icónicas que brinda la ciudad son muchas e impresionantes.
Tanto como lo son la Plaza Roja, el Kremlin. la Catedral del Cristo Salvador, el mirador de la Colina de los Gorriones, la Universidad Estatal de Moscú́, el Monasterio Novodévichi, la Plaza del Manège, el Jardín de Alexander, las Tiendas por departamentos GUM, la Galería Tretiakov o la calle Arbat. Esta última se conoce como “el Arbat”. Data del siglo XV. Originalmente la calle formaba parte de una ruta comercial importante y fue el hogar de un gran número de artesanos. Hoy, es un buen lugar para pasear.
El metro de Moscú merece también un paseo. En este caso, subterráneo. Ahí, bajo el asfalto, se mantiene casi impecable la magnificencia de esta construcción monumental y casi museística.
Ekaterimburgo, donde se unen Europa y Asia
Ekaterimburgo es la capital de los Urales, la cuarta ciudad del país. En ella, empieza Siberia. Destaca en las guías por ser donde se cerró de forma drástica la dinastía de los zares. Fue el lugar donde, en 1918, los bolcheviques asesinaron al zar Nicolás II, el último zar, y a toda su familia.
A unos 10 km. de la ciudad está el Gánina Yama, la mina abandonada donde fueron escondidos los restos de la familia imperial rusa después de su ejecución.
El centro de Ekaterimburgo es bello. Contrastan las preciosas casas de los comerciantes de oro de los Urales en el siglo XIX con los edificios monumentales de estilo neoclásico de la época estalinista. También puede visitarse el monumento «Un pie en Europa y otro en Asia», situado en el punto que marca el límite entre los dos continentes.
Sus mercados son para pasarse horas observándolos. No solo tienen las típicas paradas de alimentación, sino que en algún rincón encuentras esa puerta que accede a una tiendecita donde poder comprar piedras preciosas como el típico topacio. O esa tienda donde puedes comprar una pintura sobre mármol, recuerdos pensados para épocas en que el exceso de equipaje no era un problema presupuestario para el viajero.
Novosibirsk, la capital de Siberia
Las principales atracciones de la ciudad son: la estación de tren, la Avenida de Krasni Prospekt, la Plaza Lenin, el Teatro de la Ópera y Ballet, las casas históricas de madera en el barrio antiguo, la Capilla de San Nicolás, que fue el centro geográfico del antiguo Imperio ruso; y el pintoresco Mercado Agrícola de Siberia.
Es recomendable una excursión por la ciudad científica Akademgorodok (a 30 km de Novosibirsk). Tiene una gran oferta de museos y una curiosidad vinculada a nuestra aventura: el museo del ferrocarril que cuenta con una espléndida colección de locomotoras y coches soviéticos. Por el camino, se puede admirar el embalse del río Obi.
Irkutsk, parada imprescindible
Es la escala más popular del Transiberiano. Es la puerta al lago Baikal, una sorpresa en Siberia. Es el lago más profundo del mundo. Las vías del Transiberiano lo bordean y en la ruta de la zona norte llegan a atravesarlo, algo que, en el momento de su construcción, constituyó un reto colosal.
Es un placer pasear por su orilla, viajar por él en barco y, también, observarlo desde la Piedra de Cherski, un mirador al que habremos subido en telesilla, y desde el que podremos contemplar un impresionante panorama del lago Baikal y el comienzo del río Angará.
El bonito camino hacia el lago permite conocer el museo al aire libre de arquitectura de madera Taltsí con una colección de viviendas auténticas rusas, así́ como las de pueblos indígenas de Siberia y otros edificios del siglo XVII al XX. Podemos ver la famosa Roca del chamán, frente a la cual está el balneario de Listvianka.
Entre los sitios históricos más importantes de Irkutsk, están la catedral ortodoxa Známenski, las casas de madera de estilo antiguo con detalles distintivos tallados a mano, el monumento a los pioneros de Siberia coronado por la estatua de bronce del emperador ruso Alexander III; y el barrio histórico No130 con sus edificios de los siglos XIX y XX reconstruidos.
No podemos olvidarnos de visitar el mercado del pescado y souvenirs. Esta zona, en general, es recomendable para relax y comer pescado ahumado.
Vladivostok, final de recorrido
Situado en el Mar de Japón, junto al océano Pacífico. Es un puerto fundado por los rusos en 1860 como defensa frente a los posibles avances de Japón. Su significado en ruso es: “Poder sobre Oriente”.
En esta ciudad asiática, se puede visitar el Arco de Triunfo, un submarino S-56, la bella bahía del Cuerno de Oro desde uno de sus miradores o contemplar el impresionante puente colgante que cruza la bahía. Su oferta más cultural ofrece las subsedes del Teatro Mariinsky y el Hermitage.
A todo lo visto se une la experiencia de lo vivido a bordo
Antes de empezar a vivir la experiencia del tiempo a bordo, habrá habido que tomar una gran decisión: ¿Optamos por el lujo y su alta comodidad u optamos por un tren regular (RZhD) para compartir experiencia con los pasajeros locales? Entre ellos, encontraremos los de largo recorrido y los que solo lo usan para pequeños tramos.
Para tener en cuenta: en la primera opción, nos sentiremos casi como un zar. Probablemente estaremos viajando en el Golden Eagle o en el Tsar’s Gold. Lujo clásico. Experiencia casi romántica.
En la segunda, descubriremos que, dispuestos a un largo trayecto, los rusos se instalan “como en casa” en su parcela del vagón. Las escenas en el interior de los vagones dejan casi tan boquiabiertos como lo que vemos a través de las ventanillas.
Esta combina paisajes con vida, hábitos, formas de hacer y estar, sonidos y expresiones de una lengua que no es la nuestra, abiertos a cualquier tipo de sorpresa, mientras por las ventanillas vamos dejando atrás kilómetros de vía.
Para dormir, si queremos departamento propio sin compartir ducha, tendremos que optar por la clase preferente. Si nos conformamos con compartimento propio y compartimos baño con los “inquilinos” de otro departamento, estaremos en clase turista. Desde ahí, varias opciones hasta las menos completas: literas no compartimentadas o simplemente bancos para sentarse.
Sea cuál sea el caso, disponemos de un vagón restaurante. Ir a él requiere tiempo. No por la distancia entre vagones, sino por la carta. Consta de unas veinte páginas. No es una opción. Son muchas. Si, con el ligero traqueteo, recordamos que nos hemos olvidado comprar alguna cosa que picar en la última estación, podemos aprovechar también esa venta ambulante que ofrecen las "provodnitsa", las azafatas del vagón.
¿Qué opción habíamos elegido nosotros?
Nuestra opción no importa. No hemos querido que importe, porque incluso podíamos haber ido con un viaje organizado donde los guías aportan información de gran valor a lo que estamos disfrutando. Existen agencias altamente especializadas en experiencias rusas como el Transiberiano que, en muchos casos, son altamente recomendables.
Pero no hemos querido contaminar el recorrido con las vivencias y reacciones inherentes a una opción concreta. La vivencia, en cualquiera de los casos, es insuperable. Cada uno puede haber imaginado su propia aventura en el Transiberiano. Cuando decida vivirla, optará por cómo quiere hacerlo. De ello dependerá, en gran medida, el adjetivo que añadiremos a la inmensidad del recuerdo. Será: súper, extra, mega, ultra… Pero la inmensidad, a secas, está garantizada.