Las chozas de Albendín, guardianes de hormigón en la campiña cordobesa
En la vasta sinfonía de olivos que ondula entre Córdoba y Jaén, la pequeña pedanía de Albendín alberga dos centinelas silentes de otro tiempo.
No son gigantes de mármol ni catedrales en ruinas, sino discretos y toscos bloques de hormigón: casamatas y nidos de ametralladoras supervivientes de la Guerra Civil, conocidos aquí como “Las Chozas de Albendín”.
Un frente en tierra de olivos
A finales de 1936, la Subbética cordobesa se convirtió en un puente estratégico durante la llamada Campaña de la Aceituna.
El 15 de diciembre, las tropas sublevadas asumieron el control de Albendín y, ante el miedo a un contraataque republicano procedente de Jaén, fortificaron la zona con una línea defensiva que apenas ha dejado huella en los libros de historia.
Solo dos de las cuatro construcciones originales resistieron el paso del tiempo y las obras viales posteriores: restos mudos de un conflicto que marcó para siempre el paisaje y la memoria local.
Arquitectura bélica entre olivares
Levantar fortificaciones en un olivar no es obra de ingeniero civil, sino de necesidad militar. “Las Chozas” consistían en una pequeña casamata principal —un cubículo de paredes macizas orientado para cubrir la carretera A‑305— y tres nidos de ametralladoras interconectados, probablemente mediante túneles subterráneos hoy colapsados.
Su diseño simple y eficaz respondía a una defensa en profundidad: cada tronera permitía disparar bajo cobertura, dificultando cualquier avance enemigo más allá del radio de acción de sus armas.
Aunque hoy apenas emergen del suelo —una cúpula solitaria o fragmentos de muros medio enterrados—, en su momento formaron un entramado defensivo homogéneo, complementado con zanjas y parapetos ahora borrados por los arados y la historia.
Del olvido al turismo patrimonial
Albendín mantiene vivas las leyendas de “los viejos” sobre aquellas noches de luces intermitentes y disparos lejanos.
Sin embargo, el interés oficial por estas huellas de hormigón ha sido escaso. Mientras en otras comarcas de España restos similares se rehabilitan como museos abiertos o rutas guiadas, en la campiña cordobesa el abandono y la maleza amenazan con engullirlos para siempre.
Vecinos y estudiosos locales han reclamado en varias ocasiones la señalización de este patrimonio bélico, recordando que la memoria histórica no debería reservarse solo a grandes batallas o monumentos impresionantes.
En Albendín, la modestia de estas construcciones es precisamente lo que las convierte en un testimonio único: la prueba de que, incluso en las líneas secundarias del frente, la guerra dejó su huella.
Memoria, paisaje y futuro
Hoy, el viajero que transita por la A‑305 puede detenerse brevemente para contemplar dos cajas grises recortadas contra el verde plateado de los olivos.
Al acercarse, descubre inscripciones y muescas —balazos oxidándose— que narran, en su lenguaje áspero, el miedo y la determinación de quienes vivieron aquellos días. El viento, al colarse por las troneras, parece susurrar órdenes de antaño.
La recuperación de “Las Chozas” no solo enriquecería el atractivo cultural de la Subbética, sino que serviría para unir generaciones.
Los más jóvenes, acostumbrados a un paisaje pacífico, podrían entender aquí el precio de la discordia; los mayores, encontrar un reconocimiento tardío de sus experiencias familiares.
Con un esfuerzo mínimamente coordinado entre Ayuntamiento de Baena, Diputación de Córdoba y asociaciones de memoria histórica, Albendín quiere poner en valor estos guardianes de hormigón, convirtiéndolos en un punto más de la “Ruta de los Búnkeres” que atraiga a viajeros interesados en la historia y la fotografía del patrimonio bélico.
Las Chozas de Albendín son mucho más que residuos de un conflicto: son “guardianes de hormigón” que vigilan un paisaje renovado. Recuperarlos, protegerlos y contarlos es abrazar la memoria para construir un futuro donde el olvido no sea el único vencedor.