Yucatán en la piel: bucear en el Caribe y la cultura maya
La ciudad heroica de Valladolid, un capricho colonial que forma parte de los Pueblos Mágicos, atrapa con su encanto cotidiano. No es mal pasatiempo observar la cadencia de su vida tranquila en el Parque Principal Francisco Cantón Rosado y sentarse en uno de sus famosos confidentes de piedra, el toque afrancesado que introdujo Porfirio Díaz y donde un chaperón vigilaba, antaño, que los enamorados no osaran siquiera rozarse.
Tampoco es mal plan colorear la mirada con los huipiles bordados de sus mujeres o deterse en las flores que coquetean entre sus brillantes melenas negras: si el ramillete está a la derecha y el largo de su falda un poco más arribita de la rodilla, el lenguaje no verbal delata que está soltera.
En la actualidad, esta pequeña localidad sosegada contrasta con su pasado convulso, ya que aquí se gestó la Guerra de Castas que, tras 54 años de contienda y más de 250.000 almas perdidas, finalizó en 1901.
Merece la pena visitar la ciudad levantada tras la conquista española, el Convento de San Bernardino (cárcel y cuartel militar años atrás) y el Salón de los Murales del Palacio Municipal, en los que Manuel Lizama repasa sin remilgos los hitos históricos de la ciudad. Las vistas desde el balcón son bonitas, al igual que el imponente artesonado de madera de la galería.
Una estructura similar se encuentra en el vecino restaurante Las Campanas, ejemplo de la gastronomía tentadora de la zona. Con la compañía de música en directo, de una parrillada yucateca con queso relleno, carne de puerco marinada o longaniza… y, cómo no, de una margarita y un guacamole para chuparse los dedos, no queda más remedio que rendirse a lo obvio: la Riviera Maya es una combinación sabrosa, un destino con generosas proporciones de cultura, naturaleza, sol y playa.
Así lo confirma la coqueta Playa Tortuga a los pies del acantilado sobre el que se erige el Parque Nacional de Tulum, conocido originariamente como Zamá, que en la lengua de los mayas se traduciría como amanecer. El turquesa del Caribe que entonces se despertaba con el alba sigue siendo, a día de hoy, un espectáculo irresistible.
Bucear en cenotes dulces y urbanos
Entre las 26 ruinas mayas que conforman el Parque Arqueológico de Chichén Itzá sobresale la Pirámide de Kukulcán, también conocida como El Castillo. Cada equinoccio vernal y otoñal, ante la mirada atónita de la muchedumbre, la sombra de una serpiente se desliza por uno de sus lados hasta fundirse con la cabeza pétrea ubicada en el arranque de la escalinata. La estructura, que consta de cuatro lados con 91 escalones, culmina en el templo superior: es el colofón 365, el guiño a los días del calendario.
Hace 20 años se permitía la subida que, tras el esfuerzo y cierto vértigo, se recompensaba con unas vistas impresionantes. Hoy en día esa posibilidad es historia, pero este Patrimonio de la Humanidad de la UNESCO, catalogado como una de las 7 Maravillas del Mundo, continua siendo la crónica viva de una civilización que ha pasado a la posteridad por sus conocimientos astronómicos y la capacidad de predecir los eclipses; por su destreza como navegantes que desafiaban los peligros de la segunda barrera coralina más grande del mundo; y por su inteligente observación de la naturaleza, donde no faltaban los rituales sagrados.
Un abanico de tonalidades verdes y azuladas se despliega en los aproximadamente 6.500 cenotes descubiertos, hasta el momento, en la Península de Yucatán: interconectados subterráneamente, estos depósitos de agua manantial situados en depresiones geológicas son un prodigio de la naturaleza único en el mundo. Además, durante siglos han sido fuente de agua potable para los habitantes de esta parte de México y puerta de entrada al inframundo. Chichén Itzá (en maya Boca del pozo de los sabios del agua) contaba, al igual que Tulum, con su propio manantial de agua dulce. También Valladolid, que presume de un cenote cristalino llamado Zaci en el centro de la ciudad.
En la actualidad, estos enigmas de agua dulce suponen un reclamo turístico por su belleza, a veces subterránea y a veces abierta al cielo, y por sus posibilidades sorprendentes: deslizarse en tirolina, bucear entre estalactitas y estalagmitas, o vivir una experiencia ancestral en un temazcal, son algunas posibilidades que no deben faltar en la agenda de los viajeros.
Entre delfines, corales y el relax de Holbox
El turoperador Soltour sabe cómo exprimir el tiempo para disfrutar de una experiencia inolvidable en la Riviera Maya. Además de organizar las diversas excursiones para sacarle el jugo a las posibilidades de este paraíso de México, los paquetes vacaciones de una semana ofrecen diversas opciones para disfrutar del mítico todo incluido.
El Hotel Bahía Príncipe Grand Tulum, totalmente reformado durante la pandemia, es una opción estupenda a partir de 1.090 € por persona (vuelos incluidos). Sorprende la gastronomía, los diversos complejos para todos los públicos y su política de RSC: desde el Programa del Arrecife Coralino de la Fundación Eco-Bahía del Grupo Piñeiro hasta su gestión del sargazo, que se retira cada mañana para que los huéspedes puedan disfrutar de su playa de arena blanca. Esta alga, posteriormente, se utiliza como compost y material de construcción.
Yamilé consiente a sus clientes en el SPA, gracias al mimo que derrocha en los tratamientos con arcilla o chocolate, un alimento energizante que, en la época prehispánica, se tomaba con picante. El cariño por el detalle es también uno de los puntos fuertes en The Fives Oceanfront: un concepto TI que se suma a las prestaciones exquisitas de un hotel boutique que no llega a las 100 habitaciones. Con vistas al Caribe, es una delicia empezar el día con un café y un licuado de piña natural, jengibre y menta. Y, para los más glotones, con unos huevos motuleños o una quesadilla de huitlacoche con pesto de epazote y guacamole. También pasear por sus playas, que cuenta con el cenote Ojo de Agua en medio del mar, y acercarse a Puerto Morelos, una pequeña localidad donde los textiles y las artesanías son una locura.
Este enclave es un excelente punto de partida para descubrir la infinita belleza de la Reserva de la Biosfera de Sian ka´an, el espacio protegido más grande del Caribe, hogar de más de 300 especies de aves y de 2.500 especies de plantas y animales. Un sueño en el que se suceden playas, selva, manglares y cenotes generosos que, al fundir su agua dulce con la salada, dibujan ese tono turquesa tan embaucador: la llamada piscina es, sencillamente, paradisíaca.
En este lugar se disfruta de los brincos de los delfines y del buceo entre mantarrayas, langostas, calamares o tortugas que, con una sorprendente velocidad, esquivan los corales que aún conservan sus colores vibrantes. Cuidar de semejante biodiversidad está en nuestra mano: además de ser respetuosos con el entorno, otro de los gestos que se precisa es no usar protector solar.
Donde el Caribe se une con el Golfo de México, encontramos el contrapunto rebelde de Holbox. Aquí residían los mayas díscolos durante la colonia española, un espíritu libre que se respira en sus calles sin asfaltar, intransitables en época de lluvias, y donde se exhibe un catálogo de eco resorts de diseño.
Por sus pistas se conduce en lo que llaman carritos de golf y se pasea entre una llamativa exposición urbana, ya que en 2014 se celebró la primera edición del Festival Internacional de Arte Público de México.
Un street art que se suma a los encantos de Punta Mosquito, ubicada en la reserva natural Yum Balam y hogar de los cangrejos herradura de sangre transparente que, en contacto con el oxígeno, se vuelven azules. Como el color del agua de esta isla, aún más llamativa en los meses de abril a octubre, cuando 400.000 flamencos rojos la visitan. Hay quien prefiere avistar los tiburones ballena y hay quien se decanta por la pesca, la navegación y los deportes náuticos.
Con independencia de los gustos aventureros o tranquilos, lo que no se discute es la magia de la bioluminiscencia, la luz que los organismos marinos regalan los meses de verano, en la orilla del mar, y siempre que la luna no se refleje sobre el agua. Un brillo que, la verdad, no parece de este mundo.
