El gran derrame de Lego: una historia de plástico, mar y tiempo
En la madrugada del 13 de febrero de 1997, una tormenta feroz azotaba el Atlántico Norte. El Tokio Express, un carguero que navegaba entre Róterdam y Nueva York, se encontraba atrapado en un mar embravecido.
De repente, una ola gigante, descrita más tarde por el capitán como una "ola rebelde", golpeó con tal fuerza que inclinó el barco casi 60 grados.
En medio del caos, 62 contenedores se desprendieron y cayeron al océano. Dentro de uno de ellos había algo peculiar: cerca de cinco millones de piezas de Lego. Así comenzó el que luego sería conocido como "el gran derrame de Lego".
Pero lo que hace que esta historia se vuelva legendaria es lo que sucedió después. Al cabo de unos días, las playas de Cornualles, una pintoresca región en el suroeste de Inglaterra, comenzaron a recibir una inesperada y colorida oleada de pequeñas piezas de plástico.
Barcos, pulpos, dragones y aletas de buceo de Lego empezaron a aparecer entre las algas y los restos arrastrados por el mar.
Un día sombrío y lluvioso de finales de junio, Hayley Hardstaff, bióloga marina, paseaba por la playa de Portwrinkle cuando encontró uno de esos dragones. Era negro, de plástico, y le faltaba la mandíbula superior.
La historia, que recoge el New York Times, nos explica que Hardstaff, quien se crió en Cornualles, llevaba ya muchos años encontrando piezas de Lego desde su infancia, cuando pensaba que los niños simplemente dejaban sus juguetes olvidados en la arena.
Aquel día, con más conocimiento sobre el gran derrame, reconoció la cabeza escamosa y el cuello del dragón, “con todo su esplendor de dragón a la vista”, como ella misma relata.
Un tesoro náutico en miniatura
Lo que parecía un accidente pasajero se ha convertido en una especie de mitología moderna para los residentes de Cornualles y los amantes de la naturaleza.
Mientras algunos paseaban por las playas en busca de conchas, comenzaron a encontrarse con estos pequeños tesoros de plástico, muchos de los cuales tenían una temática curiosamente apropiada: eran piezas relacionadas con el mar.
Aletas de buceo, espadas de piratas, pulpos y pequeños dragones que alguna vez pertenecieron a sets de juguetes ahora adornaban la costa.
Casi parecería que el océano, en una de sus travesuras, había decidido convertir la tormenta en una suerte de juego.
Una de las personas que más se ha dedicado a seguir el rastro de estos Legos es Tracey Williams, quien documenta los hallazgos en redes sociales a través de la página *Lego Lost at Sea*.
En su cuenta de redes sociales, Williams comparte imágenes de los descubrimientos, atrayendo a curiosos y aficionados de todo el mundo.
La cuenta se ha convertido en un santuario donde las personas comparten sus descubrimientos: pequeños pulpos de colores, dragones negros, botes salvavidas, aletas de submarinismo y más.
Incluso, Williams ha cartografiado los hallazgos, que no solo se han encontrado en Inglaterra, sino en Gales, Francia, Bélgica, Irlanda y los Países Bajos.
Un legado de plástico
La historia del gran derrame de Lego es también un recordatorio inquietante de la durabilidad de los plásticos en el entorno marino.
Más de 25 años después, estas pequeñas piezas siguen apareciendo en las costas, habiendo viajado miles de kilómetros impulsadas por las corrientes oceánicas.
Algunas incluso han llegado hasta las costas de Irlanda, mostrando cómo los desechos pueden dispersarse por vastas áreas del planeta.
El incidente pone de relieve uno de los mayores problemas ambientales de nuestros tiempos: la contaminación plástica en los océanos.
Si bien las piezas de Lego pueden parecer inofensivas o incluso encantadoras, forman parte de una problemática mayor
Se estima que hay más de 150 millones de toneladas de plástico en los océanos, y cada año se suman más de ocho millones de toneladas.
Este material, que tarda siglos en degradarse, pone en riesgo la vida marina, afectando a peces, aves y mamíferos que confunden el plástico con alimento.
La búsqueda continúa
Lo irónico del gran derrame de Lego es que, a pesar del tiempo transcurrido, muchas personas siguen considerando estos hallazgos como auténticos tesoros.
Algunos de los objetos más codiciados, como los dragones y las aletas, han pasado a ser piezas de colección.
Los niños que jugaban en las playas de Cornualles en los años 90 ahora llevan a sus propios hijos a buscar lo que el mar todavía arrastra, en una curiosa tradición local.
Williams, inspirada por sus hijos, quienes llenaban cubetas con estos pequeños “tesoros” en los años 90, decidió crear una comunidad para compartir hallazgos de Lego.
Su iniciativa ha crecido hasta convertirse en un proyecto con muchos seguidores, culminando en el libro Adrift: The Curious Tale of the Lego Lost at Sea.
"Cada vez que salgo a caminar por la playa, espero encontrar algo nuevo", cuenta Tracey Williams. "Es fascinante pensar que estas piezas han viajado tanto, y que todavía hoy nos están contando su historia".
Las personas siguen encontrando piezas, como un tiburón de Lego, uno de los 51.800 que había en el contenedor, que fue capturado en la red de un pescador a 20 millas de la costa de Cornualles en 2024.
El caso del gran derrame de Lego es también estudiado por oceanógrafos como Curtis Ebbesmeyer, quien lo compara con el vertido de *Friendly Floatees* de 1992. Para él, las corrientes oceánicas “llevan todo, a todas partes”, como si fueran "la mayor línea de metro del mundo".
Para muchos, como Hardstaff, que ya conoce la historia, el hallazgo de una pieza de Lego es un testimonio de la resistencia del plástico y la implacable fuerza del océano.
Hoy, el gran derrame de Lego es un tema de interés tanto para ecologistas como para entusiastas del coleccionismo.
Mientras unos advierten sobre el impacto de los plásticos en el medio ambiente, otros siguen intrigados por la posibilidad de encontrar una pieza rara que haya recorrido medio mundo antes de aterrizar en sus manos.
Al final, esta historia de piezas perdidas y encontradas en las costas de Cornualles no es solo una anécdota curiosa de la cultura pop, sino una metáfora de nuestra relación con el planeta y los residuos que dejamos atrás.
En un océano donde el tiempo y la marea lo devuelven todo, el gran derrame de Lego sigue siendo una advertencia sobre la durabilidad de nuestras huellas plásticas y, a la vez, un testimonio del asombroso poder de la naturaleza para transformar lo ordinario en extraordinario.