Ría Formosa, un edén cambiante en el Algarve
La magia del Parque Natural de la Ría Formosa permanece… y se transforma. Quizá se deba al baile de su luz intensa, ya que los puntos cardinales de este paraíso aún por explorar se enmarcan en el Algarve, una región bendecida con más de 300 días de sol al año.
Quizá el sortilegio sea fruto de las formas caprichosas que, a merced del tiempo, siguen esculpiendo vientos y mareas. O quizá sea, simplemente, una cuestión de perspectiva: no es lo mismo echar una mirada de altura desde un girocóptero, galopar a lo largo de este litoral que cobija la mayor población mundial de caballitos de mar o sobrevolar en un globo aerostático, aprovechando las direcciones cambiantes de las corrientes de aire, los 60 kilómetros que entrelazan Tavira y Faro.
Una experiencia inolvidable que, sin obviar la contribución de los hermanos Montgolfier, tiene cadencia de colonia portuguesa: apodado el “padre volador”, el inventor y sacerdote Bartolomeu de Gusmão realizó la primera demostración aérea de un globo de aire caliente no tripulado. Atónita quedó la corte del rey Juan V de Portugal cuando el artilugio se elevó, un lejano 8 de agosto de 1709, a 4 metros de altura.
Secretos de agua y ostras
La visión desde el aire es un espectáculo e indagar entre los recovecos de las aguas verdes y turquesas que miran al Atlántico, sin duda, toda una sorpresa. A primera hora de la mañana, las barquichuelas varadas en la arena y las siluetas a contraluz de los marisqueros, que se afanan en seleccionar los frutos carnosos de la Ría Formosa, son una estampa plácida.
Si entre semana la calma se interrumpe con el sonido inconfundible de las gaviotas, el bullicio es la tónica de los sábados, día de mercado en Olhão.
Vale la pena acercarse a esta pequeña localidad para perderse en su Mercado Municipal. Este monumento imponente de ladrillo, metal, vidrio y firma atribuida a Gustave Eiffel, fue levantado a principios del siglo XX para albergar la materia prima del puerto por excelencia en el Algarve portugués. A día de hoy, y a juzgar por un paseo entre las carnes apretadas y los ojos saltones de sus sabrosos pescados, el doble edificio en espejo refleja su esencia.
Tras cotillear el surtido de atunes, ovas de polvo, caldeirada a 8 euros o Litãos (el llamado bacalao de los pobres que no falta en fin de año), lo ideal es pararse en los curiosos puestos de su paseo marítimo, zambullirse en sus calles de armonía portuguesa con ecos árabes y permitirse un alto en el camino: algunos establecimientos son un tributo a la gastronomía de la región y otros invitan a tomar un café entre azulejos y atmósfera de los años 70.
Otra de las opciones más que recomendable es embarcarse en un yate o en un barco de recreo para explorar la rica biodiversidad de este parque natural que supera las 18.400 hectáreas, paraíso que hace las veces de barrera natural con el Atlántico.
Una belleza que conocen bien abejarucos, patos colorados, garcillas y las numerosas especies de aves que se detienen durante sus migraciones en primavera y otoño. Porque si algo destaca en el Algarve es su temperatura y su luz amable, lo que le convierte en un destino ideal para bucear o navegar entre las islas Deserta, Farol, Culatra, Tavira y Armona fuera de los meses centrales del verano. Y, cómo no, para desentrañar los secretos de las ostras en una visita guiada, uno de los productos estrella del sur de Portugal.
Flotar en sal y en una suite de ensueño
En el restaurante A Terra del Hotel Octant Vila Monte, Pedro Mendes y Tiago dos Santos saben cómo convertir una Chef´s Table en un recuerdo memorable para la vista y el paladar: un contrapunto perfecto entre una mesa de diseño (¡qué juego puede llegar a dar un nutrido desfile de pimientos rojos y carnosos!) y un capricho culinario donde no faltan los vinos de la tierra y delicatessen como las tortillas de maíz caseras con puré de aguacates de Tavira; una espectacular cataplana de bivalvos de la ría; anchoas de Olhão; boa de Ría Formosa Bulhão Pato; y, por supuesto, ostras naturales o acompañadas con salsa de cítricos con soja, miel de romero de la Serra Algarvia y microcilantro. De postre se sirve una tarta de almendras y algarrobas capaz de conquistar incluso a los escépticos del potencial de dicha vaina.
Las abejas también tienen su edén en los jardines frondosos de este hotel destino situado a 12 kilómetros de Olhão. Imposible no observarlas mientras exploran los callistemon que colorean los caminos, pincelada roja que contrasta con la claridad de sus 54 estancias, donde los detalles recuerdan que la sostenibilidad es una perfecta aliada con el gusto de los productores locales, capaces de convertir en arte oficios como la madera, la cestería o la cuerda.
Sus cuatro suites con piscina privada, recién inauguradas en la Casa Cima (esta zona, concretamente, es sólo para adultos) son una prueba contundente. https://vilamonte.octanthotels.com/es/
Es comprensible que algunos huéspedes prefieran saborear el corazón del Algarve sin salir de este refugio, donde los placeres gastronómicos son tan sugerentes como los talleres artesanales que se imparten.
Para los que quieran mimar sus cinco sentidos y explorar las múltiples opciones de la zona, esta pista les puede resultar interesante: adentrarse en las entrañas de la Mina de Sal-gema de Loulé, donde se suceden galerías coloristas con 230 millones de años de antigüedad. Un punto de sal que, de mayo a septiembre, se transforma en relax en las Salinas do Grelha, vecinas a Olhão.
Cuentan con un lago de 2.000 metros cuadrados donde flotar, como en el Mar Muerto, sin esfuerzo alguno. Un motivo más que se suma a los encantos del Algarve.