El auge del turismo de auroras boreales desborda a Noruega
El turismo de auroras boreales en Noruega ha llevado al norte del país a cifras récord de visitantes, especialmente en Tromsø. Sin embargo, el crecimiento acelerado ha tensionado aeropuertos, servicios y precios de vivienda, generando un debate sobre sostenibilidad, impuestos y calidad de vida para los residentes.

Lo que comenzó como un destino para viajeros curiosos se ha convertido en un fenómeno turístico de masas en el norte de Noruega, especialmente en Tromsø, donde el aeropuerto ha triplicado su tráfico en solo dos años y se encuentra al límite operativo.
En comparación con Laponia —donde una población de 50.000 personas disfruta de hasta 64 restaurantes—, la región noruega evidencia una notable carencia de servicios y alojamiento, incapaz de seguir el ritmo de la demanda.
Aunque gran parte de los vecinos valora positivamente el impulso económico que aporta el turismo, muchos coinciden en que la infraestructura —desde los accesos hasta los baños públicos— no ha evolucionado al mismo ritmo.
Con el objetivo de proteger el entorno natural y garantizar el bienestar de los residentes, se plantean medidas como un impuesto turístico y proyectos de expansión planificada, que permitan financiar mejoras sin frenar el dinamismo de la industria.
Convertidas en fenómeno global, las auroras boreales lideran las preferencias de miles de viajeros. Solo en el invierno 2022-2023, el norte de Noruega recibió más de 320.000 turistas internacionales, y se esperaba que esa cifra rebasara los 350.000 en la siguiente temporada.
Tromsø, apodada la “Capital de las Auroras Boreales”, opera hoy con cerca de 20 vuelos directos semanales, el doble que en 2018. El aumento ha sido tan vertiginoso como la demanda: solo entre febrero de 2023 y febrero de 2025, el número de pasajeros internacionales pasó de 29.000 a más de 110.000.
Para intentar aliviar la presión, en 2024 se estrenó una nueva terminal con capacidad para unos 2.500 pasajeros semanales. Sin embargo, la infraestructura sigue al límite. “Estamos prácticamente en el máximo de lo que podemos gestionar; cuando el mal tiempo entra en juego, los problemas se multiplican”, advierte Ivar Schrøen, director del aeropuerto de Tromsø.
Las tormentas invernales provocan cancelaciones, colas interminables y un caos que afecta tanto a los viajeros como al personal. Y más allá del aeropuerto, la falta de servicios se extiende a los puntos más emblemáticos de observación. En lugares como Ersfjordbotn, los residentes denuncian una situación insostenible: “Usan la naturaleza como baño. Solo tenemos un aseo en una cafetería, y no da abasto”, lamenta Bi Haavind, vecina de la zona desde hace casi cuatro décadas.
El panorama gastronómico tampoco ha seguido el ritmo del turismo. Tromsø, con apenas una decena de restaurantes hasta hace poco, no logra absorber la demanda de los miles de visitantes que llegan cada semana.
Las cifras son elocuentes: las pernoctaciones en hoteles de la ciudad pasaron de 188.000 en 2017 a más de 332.000 en la temporada de invierno 2023-2024, una tendencia que, de mantenerse, seguirá tensionando los recursos disponibles.

El auge del alquiler vacacional ha transformado por completo el mercado inmobiliario en Tromsø. Plataformas como Airbnb han disparado los ingresos de los propietarios: “Con un inquilino estable ganábamos unas 9.000 coronas noruegas al mes. Ahora, con Airbnb, superamos las 28.000”, explica Terri Souster, residente en la ciudad y anfitriona habitual.
Pero esta rentabilidad también tiene su reverso. El encarecimiento de los alquileres y la inflación de precios en hostelería y comercio dificultan el día a día de muchos locales, que ven cómo su acceso a la vivienda y a los servicios se complica temporada tras temporada.
Ante esta situación, el Gobierno noruego estudia la aplicación de un impuesto turístico que gravaría con hasta un 5 % el precio del alojamiento. Se estima que la medida podría recaudar alrededor de 1.500 millones de coronas noruegas, destinados a reforzar servicios públicos e infraestructuras en zonas con alta presión turística.
El debate sigue abierto: mientras algunos actores del sector temen que la medida disuada al visitante nacional, el consenso general apunta a la necesidad de actuar cuanto antes. Preservar el entorno, mejorar la convivencia y sostener el crecimiento turístico en el norte del país exige recursos que hoy, simplemente, no existen.
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