Encontramos la Ciudad Perdida
En Lugares de Aventura somos conscientes de que la propuesta de este viaje no es viable justo en este momento, pero consideramos que es una muy buena opción para cuando la situación se haya normalizado.
Oculta en la Sierra Nevada de Santa Marta en Colombia, que nace en el mar Caribe y sube hasta alcanzar 5.775 msnm para dejarse coronar por la nieve, se encuentra la Ciudad Perdida, la que muchos denominan el Machu Pichu colombiano.
Son los restos impresionantes de un poblado tayrona que durante más de 400 años estuvo escondido bajo la exuberancia selvática y el barro. Un paraje, que a 1.200 msm, hoy es el objetivo de una aventura realmente especial, bella e impactante.
Trekking, sí o sí
A la Ciudad Perdida solo se puede acceder a pie. De ahí que, para muchos, aún es una gran desconocida. El trayecto es exigente. Requiere un físico medio alto. Las condiciones del camino son duras, pero la espectacularidad de lo salvaje -que crece al ritmo que avanza el caminante - actúa de imán hacia la cima.
Algunas notas sobre la hoja de ruta
Ida y vuelta son unos 47 km. La tónica: constante desnivel y una humedad aproximada del 80%. El sol de justicia se combina con lluvias que, de repente, caen a raudales. Son aquellos aguaceros tropicales en que sientes cómo cada gota de agua choca con fuerza contra el cuerpo. Cuando amaina, porque el sol ha vencido a las nubes, los caminantes se miran a ellos mismos. Están chorreando y sonríen. Insólito para el visitante, habitual para el residente. Pero no hay que parar. Los tramos de recorrido diario son fijos. Solo si se cumple con el plan previsto se llega a los puntos habilitados para la restauración y el descanso.
Primer día: toma de contacto paso a paso
El camino, al principio, discurre entre enormes bananos y enredaderas gigantes. Descubrimos cacao, el origen de uno de los más preciados del mundo. Poco a poco, mientras se asciende y desciende por la montaña, la vegetación se va apropiando del sendero. El entorno es cada vez más selvático.
Aguas frescas y poderosas
El camino zigzaguea cerca del curso del río Buritaca. Lo descubrimos el primer día, pero nos acompañará durante toda la aventura. Las aguas del Buritaca y algunos de sus afluentes son grandes protagonistas del escenario. También aguas cristalinas en las que refrescarse. En algunas zonas, hay que cruzar el curso del agua y, eso sí, hay que hacerlo a toda prisa porque el caudal puede aumentar por momentos. Pero ya está bien, lo más probable es que el aventurero vaya cubierto de barro porque, dado que los barrizales también caracterizan el terreno, a veces no queda más remedio que deslizarse por ellos como quien baja por un tobogán. La sensación no tiene precio. El ímpetu del agua de los ríos impresiona, pero el de las cascadas provenientes del deshielo y que saltan desde lo más alto de la montaña también.
Intensidad y vida a todo color
Una de las sensaciones que se descubren de inmediato es la de que todo es intenso. La de plenitud. En muchos momentos viene dada por los contrastes de color. En la naturaleza de las montañas de la zona caribeña colombiana no existe la timidez. Todo lo natural actúa con fuerza. Está lleno de vigor. Ya sea una flor; un pájaro, un insecto -de los miles que hay-; las crestas de las montañas que se recortan en un cielo muy, muy azul; o un espléndido amanecer.
Los instantes aparecen, brillan, impactan y dan paso a otro protagonista. La vista va a todo ritmo, las sensaciones agradables y extraordinarias también.
A veces, parece como si el verde de la selva fuera solo el fondo puesto adrede para que en él pasaran cosas: una abeja intensamente colorida contribuye a la constante polinización, una flor emerge brillante con un olor que casi ofende, las palmeras son increíblemente altas y estilizadas…
¿Y las aves?
Más de 500 especies documentadas. De todos los tamaños y colores. De plumajes espléndidos.
También atrevidas. En algunos casos, solo permitiendo tranquilas que el visitante las observe; otras, interactuando o esperando impacientes que caiga una migaja de pan para, sigilosamente -pero sin ningún tipo de vergüenza- apropiarse de ella.
La noche es música
Algunas de las estructuras en las que se han habilitado las zonas de descanso de los viajeros habían sido laboratorios de elaboración de coca, que protagonizó una etapa muy dura de Sierra Nevada sobre la que pronto el guía nos ilustrará.
Ahora son remansos de paz. Durante la cena los componentes del grupo comparten experiencias y charlan. Cuando ellos se van a dormir, agotados pero satisfechos, las que siguen “charlando” sin parar son las chicharras. Las aves nocturnas cantan. La conciencia de que se está en la selva es total porque es real.
Al levantarse, un buen baño de color
El color de la niebla matutina impulsa el amanecer. Una niebla que juega una especie de ritual con el sol. Está ahí, pero sabe que, una vez haya cumplido con su función, le tocará desvanecerse. Habrá humedecido todo el verde y, ahora, las gotas de rocío brillarán con el sol. Ya no hay niebla. Empieza un nuevo día.
El segundo día de camino. Los poblados koguis, arhuacos y wiwas
La tónica paisajística más salvaje va in crescendo. Nos encontramos con los descendientes de los tayrona -antiguos habitantes de Teyuna- muy arraigados a sus costumbres antiguas y en su modo de vida integran el aprovechamiento de todo, absolutamente de todo, lo que les da la tierra. Observarles trenzando hojas de palma para construir sus mochilas o tejiendo un vueltiao (típico sombrero colombiano que luego venden en la ciudad) nos hace pensar en habilidad y supervivencia.
Los habitantes de Sierra Nevada tienen una profunda conexión espiritual con los elementos de la naturaleza. La mujer la tiene sobre todo con la tierra, el hombre con el sol. Por eso, la mujer camina descalza y duerme en el suelo. El hombre, en cambio, duerme en una hamaca y camina calzado. Durante todo el día mambean, mastican hojas de coca, la consideran una planta sagrada.
En el segundo día de aventura se conoce el poblado de Mutanzhi, una pequeña comunidad de los indígenas kogui que viven en casas tradicionales construidas con barro, paja y palma. Es solo uno de los muchos poblados que se ubican a orillas de los ríos que serpentean la montaña. Sus gentes van por los caminos arriba y abajo, a pie o montados en mulas, es habitual encontrarse hombres, mujeres o niños y sabemos que son koguis porque llevan sus trajes blancos. El blanco es para ellos el color mágico y sagrado.
Los habitantes de este macizo montañoso, aún hoy, se sienten los protectores del lugar. Los guías cuentan: “Los mamos, los más ancianos y líderes espirituales de las comunidades, aseguran que ellos siempre supieron que Teyuna, la Ciudad Perdida, estaba ahí y que era su origen”.
Quedan solo 1200 peldaños
Tras tres jornadas de camino, llegamos al inicio de una impresionante escalera de 1200 peldaños. Es el acceso a la Ciudad Perdida. Una huella clara y prometedora de cultura ancestral. Deseo de descubrir.
Por otra parte, la necesidad de respirar profundamente, coger fuerzas y empezar peldaño a peldaño para el último tramo de subida.
La escalera discurre por la ladera la escarpada montaña. La subida es dura. Es cuestión de no bajar el ritmo. Tras el último peldaño, ante los ojos, aparece una primera estructura circular y, más allá, otra y otra y otra…
Estamos en la Ciudad Perdida
Por una majestuosa escalinata, subimos a la plataforma ceremonial, la central, la más alta. Para acceder a ella, hay que subir unas escaleras de peldaños muy altos. Se consideraba que el esfuerzo que tenía que hacer el que la subía hacía que sus energías negativas se quedaran en el suelo de los peldaños y, así, se despojaba de "lo malo" y todo era energía positiva. "Por esta razón", cuenta el guía, "cada año la Ciudad Perdida descansa de visitas para permitir que toda la negatividad acumulada por la escalera desaparezca y se renueven sus fuerzas".
La vista desde la plataforma ceremonial, la que tenían los sacerdotes, es sobrecogedora. Estamos en el círculo sagrado. 360º de belleza.
Una espectacular obra de ingeniería
Mirando abajo desde este privilegiado mirador, se toma conciencia del paisaje completo. Las plataformas redondas rodean la central. Se distribuyen a distintas alturas, están perimetradas con muretes de roca, hay indicios claros de que el agua estuvo canalizada, una compleja red de caminos empedrados une las distintas terrazas… Todo ello salpicado por altísimas palmeras, el árbol tropical que reduce la humedad del subsuelo.
Lo actualmente evidente de esta antigua cultura tayrona, la Ciudad Perdida, es un conjunto excelentemente pensado, una muestra de técnicas de ingeniería social avanzada. La civilización que la diseñó también lo era. No cabe duda de ello.
Fue capaz de vencer las dificultades del terreno para quedarse con los mejores beneficios: la ubicación y la calidad de una tierra fértil y agradecida. Son los favores de la jaba kagui, como los indígenas llaman a la madre tierra. Sin duda, un lugar y una construcción dignos de ser, antaño, el centro neurálgico de una cultura indígena privilegiada y admirable y, hoy, un yacimiento arqueológico cuya magia enigmática sigue intacta.
Los estudios realizados concluyen que podría ser que la Ciudad Perdida formara parte de una red de cientos de poblados diseminados por la sierra.
El enigma de las estrellas
Los tayrona dibujaban mapas en las rocas. En una roca de la Ciudad Perdida entre los dibujos del mapa que tiene dibujado destacan unas estrellas. La ubicación de una de ellas coincide con la situación exacta de la Ciudad Perdida. ¿Eso significa que podría haber tantos poblados como estrellas aparecen en el mapa y aún están ocultos en el macizo? Puede que sí, pero los "guardadores del secreto" -que puede que si es cierto siempre lo hayan sabido- no lo desvelarán.
Hacer camino oyendo y sintiendo Historia
Hemos llegado hasta aquí con guías. Es obligatorio, tanto una cuestión de seguridad como una fórmula para favorecer la economía de sus habitantes. Las tasas que paga el visitante revierten en ellos. Mientras se hace camino, los guías culturales van narrando y analizando la Historia del lugar:
La historia más antigua
Cuando en 1525, los españoles llegaron al Caribe colombiano, Teyuna, la que hoy se conoce como la Ciudad Perdida, era un privilegiado y mágico enclave de unas 30 hectáreas de extensión, en que habitaban entre 2500 y 3000 indígenas tayronas. Se había construido hacia el año 700.
Parece ser que los españoles nunca llegaron a la cumbre, pero los tayronas sí se vieron afectados por las guerras. Casi no podían bajar al valle porque estaba “ocupado” y lo que sí les llegó fueron enfermedades que, finalmente, les extinguieron. En el 1600, la ciudad quedó totalmente despoblada y, con el tiempo, el barro y la frondosidad selvática la cubrieron ocultándola. A partir de ahí, fue víctima de toda clase de despropósitos.
El descubrimiento de Teyuna fue en forma de saqueo
Sierra Nevada era rica en oro y cuarzo y, como sucede en una película en que alguien -no se sabe cómo- posee el mapa de un tesoro, unos guaqueros (expoliadores de tesoros arqueológicos) la encontraron. Esto sucedió hacia 1970. Cuáles son las joyas más emblemáticas que robaron es una incógnita. Se sabe que destrozaron tumbas y se llevaron las cerámicas y otros objetos de valor de los lugares sagrados.
Del oro puro a la marihuana, del saqueo al secuestro
El primer saqueo vino de mano de los descubridores. El segundo de los guaqueros y, cuando ya no quedaba oro brillante, se dio el valor de oro a la coca. Las plantaciones dieron pie a la circulación de traficantes que encontraron en este terreno un lugar idóneo para sus plantaciones, hasta que éstas se erradicaron en 2005. Más tarde, la zona fue ocupada por la guerrilla y después por los paramilitares. En definitiva, convulsión e inestabilidad propias del secuestro del territorio fuera cual fuese el motivo en cada etapa.
Los antecedentes han provocado que hoy el visitante sea recibido por soldados con fusiles para garantizarle seguridad y también para evitar el intrusismo y la irresponsabilidad. Es un parque protegido por el Instituto Colombiano de Antropología e Historia.
Dos días bajando y un recuerdo imborrable.
De regreso a la ciudad, las imágenes nos recuerdan a los indígenas con los que compartimos momentos y que seguramente siguen tejiendo los típicos sombreros colombianos.
Ficha técnica de la aventura
- Punto de partida. Poblado de El Mamey. Inicio del trayecto a pie.
- ¿Dónde estamos? En el norte de Colombia, a 2 horas de Santa Marta.
- Indispensable. Haberse registrado en una de las compañías oficiales de guías.
- ¿Cuanto tiempo? Nuestra aventura fue de 5 días (3 para subir y 2 para bajar). Tiempo de caminata diaria: unas 5 horas.
- ¿Cuándo hacerlo? Los mejores meses son de diciembre a marzo y, también, julio y agosto.