Entre Asturias y Galicia: La frontera de los deseos
La frontera entre el Principado de Asturias y Galicia está tejida de sueños con formas y olores inesperados. Algunos se emplatan en restaurantes donde sobra el mimo y la excelente materia prima. En otras ocasiones, ondulan sobre las aguas más o menos temperamentales de la ría del Eo y el mar Cantábrico.
También emergen en un hotel silencioso entre prados frondosos y hórreos despistados. Y, en Ribadeo, transforman el asfalto en un paseo elegante, con ese aroma señorial que delata el viaje final de aquellos indianos que cumplieron la promesa de regresar al origen.
El reto está en el agua
La playa de Las Catedrales cobija una sucesión de esculturas de pizarra y cuarcita multicolor que, desde hace cientos de millones de años, ha domado la furia del Cantábrico, la erosión y los movimientos tectónicos. Su acceso en los meses de verano, puentes y festivos, está regulada para evitar masificaciones, lo que se agradece para poder disfrutar, con tranquilidad y siempre que la marea esté baja, de un paseo a lo largo de sus 1.400 metros de arena clara, pasadizos y el tornasol de cuevas profundas entre aguas turquesas.
Para los que prefieren despreocuparse de la atracción de la luna y el sol sobre el mar, hay otra forma de disfrutar, y mucho, del espectáculo de estos arcos de más de 30 metros de altura, ubicados en la llamada Rasa Cantábrica que abarca desde Burela a San Vicente de la Barquera. Desde el pequeño Puerto Deportivo de Ribadeo, Miguel Fernández y Carlos Castro saben cómo contagiar su pasión de hombres de mar.
Puede ser en lancha rápida, una divertidísima manera no sólo de despeinarse a una media de 20-25 nudos, sino de cambiar la perspectiva de Las Catedrales. Durante el trayecto se realizan paradas, sin pisar tierra firme, en las cetáreas de Rinlo, Penacín y Estornín, o en el Faro Isla Pancha.
Otra alternativa es batirse con las olas en una scooter submarina y sentir una sensación nueva, incluso intimidante, en medio del agua. Con el último modelo Yamaha, mucha concentración, riguroso cumplimiento de las leyes de circulación del mar y una velocidad máxima de 50 km/h (26,9 nudos), resulta fascinante seguir la estela del instructor para disfrutar de la visión que cualquiera de sus cuatro rutas disponibles ofrecen de la costa.
La opción clásica para descubrir la flora y la fauna autóctona de Ribadeo (Galicia) y el occidente asturiano también es posible a bordo del Albatros V. Un itinerario que permite desembarcar en las villas de Castropol, Figueras y Ribadeo, y conocer los principales puntos de la ría. Entre ellos, O Cargadeiro, la pasarela y punto de descarga del tren minero que conectaba Ribadeo con los hornos de la zona minera de Vilaodriz (A Pontenova); el Fuerte de San Damián, estratégicamente construido para proteger la ría de los ataques desde el mar o el Palacio de Trenor (Figueras). El atardecer en el barco, con música en directo, es un broche de oro.
Todas estas experiencias, si las condiciones climatológicas son las adecuadas, se pueden disfrutar durante todo el año. www.albatrosv.es y www.nuevoagamar.es
Los pecios que la ría del Eo esconde
En la también llamada ría de Ribadeo, se pueden ver pequeñas embarcaciones cuya navegación no requiere de ninguna licencia. Muchos desconocen los tesoros que ocultan las profundidades y que tan bien conocen Miguel y Carlos. En uno de sus barcos de pasajeros disponen de un ROV sumergible con el que realizan inmersiones submarinas. En cubierta, las imágenes retransmiten cómo es la propulsión de los barcos fabricados en los astilleros o la Virgen del Carmen aún bajo el agua.
En la Ensenada Muelle de Porcillán, el barco Cabo Torres sigue hundido desde 1888, al igual que las fragatas españolas “El Galgo de Andalucía” y el “San Francisco” tras el ataque de los ingleses en 1719. Bajo el cargadero, los bloques de hormigón con las cadenas y las boyas en las que se agarraban los barcos mientras esperaban la carga de mineral de hierro sigue intacta.
Una historia minera que late en el agua y que puede descubrirse, a pie, en una ruta de senderismo. Desde la antigua estación de San Tirso de Abres, a tan sólo unos kilómetros De la Osa Hotel, parte un camino de 14 kilómetros, fácil, verde y nostálgico. Transcurre al lado del río Eo, entre travesaños del viejo ferrocarril. Está casi desierta y los pasos solitarios siempre encuentran la luz al final de los seis túneles horadados en la roca viva. El premio es el silencio y la llegada al arroyo de O Cairo, la divisoria natural entre Galicia y Asturias.
Muy diferente es la vida que se respira en el Restaurante del Náutico de Ribadeo, buen lugar para almorzar y picotear, o en la terraza de Acueo, en el Paseo del Muelle s/n, donde esperan deliciosas ostras con certificación ecológica acompañadas de una sidra. Lejos de Madrid y Londres, el sueño gourmet del biólogo Eduardo Martín y la traductora Nuria Núñez nació hace 31 años en la localidad asturiana de Castropol, en la ensenada de la Linera.
Es la desembocadura de la ría del Eo una de las mejores de España, ya que sus condiciones y la calidad del agua son óptimas para el desarrollo de los moluscos. No obstante, el cultivo de ostras en Acueo culmina con agua esterilizada, una depuración que se realiza con ultravioletas. Son 250.000 las unidades que se producen al año. Y son tan carnosas, y sabrosas, que han conquistado a hosteleros y particulares de toda España. Si se desea, vía mensajería especializada fría, pueden llegar a cualquier punto de nuestro país. www.acueo.es
Entre pasos de indianos y surferos
Neoprenos de diversos grosores para adaptarse a la temperatura del agua se secan, junto a una sucesión de tablas coloridas, en la escuela de surf HOLAOLA, en la cercana Playa de Penarronda. Una versión reducida de la Praia das Catedrais (en gallego), aunque en el mapa este recodo de olas suaves, que rompen a derecha e izquierda y son ideales para la iniciación en el surf, se sitúa en Barres (Castropol), en el Principado de Asturias.
Merece la pena, si uno desconoce qué volátil puede ser una tabla, apuntarse a una clase, o a un curso, para iniciarse en el periplo de dominar las olas. Los instructores conocen bien qué vientos son los propicios, el ritmo de las mareas, la influencia de la temperatura, los ejercicios de calentamiento y estiramiento, cómo coger bien la tabla y el truco para que ese impás en el que el cuerpo abandona la horizontalidad para anclar los pies en una hortboards (o una longboards) y ¡mantenerse estable! sea posible. Los que están en buena forma tienen, indiscutiblemente, ventaja.
Hasta Ribadeo llegó el aroma de puertos lejanos, el salitre de un adiós transformado en abundancia, las palmeras inconfundibles que aún adornan las fachadas de las casas de los indianos.
Un legado arquitectónico que aún se puede contemplar, intacto, en la pequeña villa gallega. Guayaberas con pantalones blancos o beige, o trajes de lino, era el atuendo de los hombres, que no olvidaban en casa su sombrero panameño, la pipa con el tabaco de sus plantaciones y aquellas gafas redondas tan de la época. Maravillosos vestidos claros para ellas, ceñidos en la cintura y aderezados con blondas y encajes. Pamelas y tocados de flores, collares largos y sombrillas delicadas… Ribadeo se transformó, a principios del siglo XX, en un paseo de seda y tejidos naturales. Una estampa a la que no estaban acostumbrados los viejos, las mujeres y los niños que se quedaron en el puerto, en una Galicia anclada que miraba, entre grises, el otro lado del Atlántico.
Es muy interesante recorrer el legado indiano en una de sus visitas teatralizadas que, como en el mejor de los libros, tienen algo de leyenda y mucho de realidad. Además, cada mes de julio Ribadeo Indiano rememora el tiempo de los que partieron, de los que permanecieron y de los que volvieron. Entre turistas y locales, estos indianos del siglo XXI sacan sus mejores galas de época y pasan un día para recordar.
No faltan los helados y las paradas en templos gastronómicos con mucho encanto. La Casa Indiana Araucaria, por su contexto lleno de hortensias, la calidad de su producto y la amabilidad del personal, es uno de ellos. Mar de Rinlo, por su pulpo, sus navajas y su ubicación céntrica. Y Ramonita, en San Francisco 20, por la pasión de sus dueños por los platos bien hechos, entre ellos sus mejillones en escabeche agridulce y la ensalada de boquerones del Cantábrico, que siempre encuentran su armonía con los vinos de la tierra, testigos de una conversación inolvidable. Hay que moverse de nuevo a la vecina Asturias para saborear asombrarse con los ejemplares marinos de Casa Vicente, en Castropol, pero merece la pena.
Desayuno con vistas
El sueño de Ana y Alejandro tiene un nombre, De la Osa Hotel, y un propósito: que los huéspedes que decidan disfrutar de unos días en su capricho rural de cinco habitaciones descansen, desconecten y se desperecen de la rutina. Situado entre los densos parajes del pueblo asturiano de Abres, donde veraneaban en familia desde niños, y con unas vistas privilegiadas que huelen a hierba fresca y se pierden entre la vecina Galicia, este proyecto que te hace sentir en casa forma parte del catálogo de hoteles y casas con encanto, sello Rusticae.
Habitaciones espaciosas y silencio se suman a su descomunal salón exento, en un edificio único, que cuenta con los detalles que uno suspiraría por tener en una casa impoluta: desayunos generosos, un observatorio infinito desde el que se intuye la cercanía del mar, decoración acogedora con chimenea e isla y dos chaise longue listas para perderse entre un lienzo natural o, sin más, al abrigo de un buen libro. Ana, su anfitriona, se encarga junto a su equipo del resto: la hospitalidad, la naturalidad, el jardín que custodia el hórreo y un sinfín de recomendaciones, para todos los gustos y edades, que se pueden disfrutar en esta zona de Asturias que abraza, como una osa, los sueños fronterizos que colindan con Lugo. www.delaosahotel.es